Autora Marta Elcira Santillán
Facebook, Grupo “Los mejores cuentos cortos” Publicado el 30 de septiembre de 2011
Mediando diciembre, nos disponíamos a partir para el campo donde pasaríamos las vacaciones de verano como todos los años. Recuerdo los días previos. Los preparativos y la ansiedad que nos dominaba. Nuestro escaso equipaje era llevar ropa liviana y un gorro para protegernos del sol. En aquellos años no se hablaba del calentamiento global ni del agujero de ozono, ni pensar de usar protector solar!
Los cuartos ya están dispuestos para recibir a los sobrinos del patrón. Como todos los años harán de las suyas y nos mantendrán ocupados. Mi lugar en la cocina está asegurado para todo el tiempo que estén los chicos por acá. Tomábamos el tren hasta la pequeña estación donde nos esperaba el tío Eduardo en un carro tirado por dos caballos y el camino se haría larga ya que contábamos con numerosas tranqueras para abrir hasta llegar a la enorme casona rodeada de plantas frutales y enredaderas que trepaban los muros dándole un aspecto fresco y acogedor.
Ese año conocimos al nuevo peón, un muchacho muy alegre, de andar rápido.
Pocho que así se llamaba, pronto hizo amistad con nosotros y se convirtió en un incansable compañero de aventuras. Lo seguíamos y lo acosábamos con preguntas, que él con amistosa confianza nos explicaba con paciencia, cada cosa que realizaba con habilidad. Además nos quitó el miedo a montar a Pinto, el caballo de tío Eduardo que era algo arisco.
Aquella mañana desperté antes que los demás y me dirigí a la caballeriza decidido a montar el caballo.
Creo que Pocho pasa demasiado tiempo con los niños. Le contaré al patrón que descuida sus quehaceres por seguir a esos mocosos. Aunque...pensándolo mejor, me guardo los comentarios... no es malo el muchacho. Además qué mal les puede hacer!
Tiré de las riendas porque corría rápido el pinto. Sin darme cuenta estaba en el suelo. Un dolor profundo me traspasó el hombro. Casi sin sentido, ví como Pocho corría a mi lado y me ayudaba a ponerme de pie.
Me llevaron al pueblo donde me practicaron los primeros auxilios. Por supuesto que recibí una reprimenda de parte del tío. Y que me mandaba de vuelta para la ciudad.
Al día siguiente y con el traqueteo del tren que nos llevaba de regreso a casa, me aferraba a la ilusión de volver al campo ni bien me sanara.
La figura de Pocho se hizo nítida en mi mente. Me esperaría como si el tiempo no hubiese pasado y me mostraría las cosas bellas y sencillas que tienen las personas como él.
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