El caracol más valiente del mundo.


Autora Nuria Guerrero Bueno, 12 años, 
publicado el 12 agosto de 2011   Facebook, Grupo “Los mejores cuentos cortos”
 
Había una vez un caracol muy chiquitito, al cual le gustaba mucho las galletitas de chocolate.
Un soleado día, paseando por el jardín donde vivía, observó hacia la ventana de la casa que correspondía al jardín. Allí vio un enorme tarro lleno de galletitas de chocolate la cual eran sus favoritas. El caracol pensó que tenía que llegar a ese tarro fuera como fuera pero tendría que correr muchos riesgos para llegar hasta allí. El caracol decidido, empezó a cruzar el jardín poco a poco. De repente el suelo empezó a temblar, él asustado, miró hacia todas partes para ver que ocurría. Era Pablo, que venía corriendo juntos a sus amigos para iniciar un partido de futbol en el jardín.
En el momento en que se agruparon todos allí empezaron a chutar la pelota de un lado a otro y muy fuerte. El pobre caracol estaba muy asustado, pero a él le esperaba un tarro de galletitas de chocolate en la cocina. Como era tan valiente empezó a esquivar los balonazos que chutaban Pablo y sus amigos .Alfín entraron dentro de casa. Juliber, el gato, estaba en la puerta vigilando. El caracol asustado empezó a correr y a correr porque Juliber le había visto y iba corriendo detrás de él para comérselo.
Cuando por fin el gato tenia la boca abierta y preparada para comerse al caracol , él le explicó que en la cocina había un tarro con galletas de chocolate las cuales eran sus preferidas y que quería comérselas . Juliber entendió perfectamente lo que le pasaba porque él también había echo todo lo posible para comerse unas sardinas.
Juntos consiguieron el tarro de galletitas; Cuando el caracol estaba junto al tarro se dio cuenta que había una lata de sardinas y se la dio a Juliber por haberle ayudado a llegar hasta el tarro de galletas. Desde entonces se hicieron íntimos amigos y jamás se separarán. Y cuento contado, cuento acabado.

La hormiguita que tenía una cabeza muy grande


Autora Marta Guerrero Díaz  
Facebook, Grupo “Los mejores cuentos cortos” Publicado el 12 de agosto de 2011
Érase una vez un hormiguero en un prado de flores. Dentro vivían muchas hormiguitas que salían cada día a buscar la comida. 
Un día nació una hormiguita algo distinta a las demás. Tenía la cabeza muy, muy grande. Mientras fué pequeña hizo algunas excursiones al prado a ver las flores y a  aprender a buscar alimento. A la hormiga le gustaba mucho estar en el prado, poder subir a las flores y provar su dulce polen. 
Pero la hormiguita creció y con ella su cabeza. Tan grande era ya su cabeza que no le cabía por la salida del hormiguero y la pobre hormiga no pudo salir. Se puso muy triste. Dentro del hormiguero también tenía bastantes dificultades para moverse; todo era estrecho para ella. Algunas  compañeras se enfadaban con ella cuando no podían pasar por los túneles y empezaron a tratarla mal. Tan mal se sentía la hormiguita que decidió quedarse en un rincón callada y sin molestar. 
Pasaron los días y la hormiguita se puso muy enferma. Sus compañeras estaban preocupadas y se reunieron para pensar en una solución. Decidieron hacer un hormiguero más grande donde la hormiguita de gran cabeza se pudiera mover bien. Pronto empezaron a trabajar, día y noche durante muchos días. Cuando acabaron estaban muy cansadas. Pero al ver a la hormiguita saliendo otra vez al prado se sintieron tan felices que hicieron una fiesta para celebrarlo. 
La hormiguita se sintió muy agradecida y  a partir de aquel día trabajó mucho para ayudar a sus amigas. Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Vacaciones de mi niñez en el campo

Autora Marta Elcira Santillán  
Facebook, Grupo “Los mejores cuentos cortos” Publicado el 30 de septiembre de 2011

Mediando diciembre, nos disponíamos a partir para el campo donde pasaríamos las vacaciones de verano como todos los años. Recuerdo los días previos. Los preparativos y la ansiedad que nos dominaba. Nuestro escaso equipaje era llevar ropa liviana y un gorro para protegernos del sol. En aquellos años no se hablaba del calentamiento global ni del agujero de ozono, ni pensar de usar protector solar!

Los cuartos ya están dispuestos para recibir a los sobrinos del patrón. Como todos los años harán de las suyas y nos mantendrán ocupados. Mi lugar en la cocina está asegurado para todo el tiempo que estén los chicos por acá. Tomábamos el tren hasta la pequeña estación donde nos esperaba el tío Eduardo en un carro tirado por dos caballos y el camino se haría larga ya que contábamos con numerosas tranqueras para abrir hasta llegar a la enorme casona rodeada de plantas frutales y enredaderas que trepaban los muros dándole un aspecto fresco y acogedor.
Ese año conocimos al nuevo peón, un muchacho muy alegre, de andar rápido.
Pocho que así se llamaba, pronto hizo amistad con nosotros y se convirtió en un incansable compañero de aventuras. Lo seguíamos y lo acosábamos con preguntas, que él con amistosa confianza nos explicaba con paciencia, cada cosa que realizaba con habilidad. Además nos quitó el miedo a montar a Pinto, el caballo de tío Eduardo que era algo arisco.
Aquella mañana desperté antes que los demás y me dirigí a la caballeriza decidido a montar el caballo.

Creo que Pocho pasa demasiado tiempo con los niños. Le contaré al patrón que descuida sus quehaceres por seguir a esos mocosos. Aunque...pensándolo mejor, me guardo los comentarios... no es malo el muchacho. Además qué mal les puede hacer!

Tiré de las riendas porque corría rápido el pinto. Sin darme cuenta estaba en el suelo. Un dolor profundo me traspasó el hombro. Casi sin sentido, ví como Pocho corría a mi lado y me ayudaba a ponerme de pie.
Me llevaron al pueblo donde me practicaron los primeros auxilios. Por supuesto que recibí una reprimenda de parte del tío. Y que me mandaba de vuelta para la ciudad.
Al día siguiente y con el traqueteo del tren que nos llevaba de regreso a casa, me aferraba a la ilusión de volver al campo ni bien me sanara.
La figura de Pocho se hizo nítida en mi mente. Me esperaría como si el tiempo no hubiese pasado y me mostraría las cosas bellas y sencillas que tienen las personas como él.