Los alces. Sebastián de la Obra

Una vieja leyenda relata como un rey regaló a otro rey, que visitaba su reino, una espléndida manada de alces. Hermosos. Soberbios con sus espectaculares astas. De vuelta a su reino con la manada, el rey decidió instalarlos en un gran bosque junto a una laguna.

El clima era el apropiado. La hierba y las hojas eran abundantes. Magnífico alimento. Durante meses los alces llevaron una feliz vida furtiva. Se apareaban bajo las hayas. Con el resto de animales mantenian la lógica desconfianza (la misma desconfianza que se erige entre los seres humanos).

Un día normal los alces comenzaron a morir. El rey preocupado, muy preocupado, llamó a sus guardabosques y les preguntó cuál podía ser la causa. Nadie encontró una razón. Nada había que explicase la muerte repentina de los alces. Morían como árboles caídos.

El rey que regaló los alces, enterado de lo que estaba sucediendo, envió a su mejor guardabosques… Este se instalo en una pequeña cabaña en el interior del bosque. Día tras día los observó.

Al cabo de una semana visitó al rey y le dijo: Hay una cosa que les falta a los alces para vivir. ¿De qué se trata?, preguntó el rey con ansiedad. Los lobos. Sí, los lobos le faltan… Mejor dicho, les falta el miedo que producen los lobos.

Siempre estuvieron acostumbrados, los alces, a vivir con el miedo que les producían los lobos y, ahora, sin ellos no saben vivir. Sebastián de la Obra

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