conversación a sangre y fuego

Este artículo fue publicado en la revista de feria de Lora del Río en mayo de 2010.
Pretende ser un homenaje al autor Juan Manuel  Lozano Nieto y sus recuerdos sobre su infancia en plena guerra civil.

CONVERSACIÓN A SANGRE Y FUEGO


He de comenzar confesando que por azares de esta vida tan estresante que llevamos, estas letras me hubiera gustado hubiesen sido una interesante conversación con el autor de “A sangre y fuego”, Don Juan Manuel Lozano Nieto. Pero no ha podido ser.



Todo lo referente a la Guerra Civil española, así como al Holocausto de la Segunda Guerra Mundial no han sido ni materia de estudio ni lectura, hasta ahora. (En mis años de estudiante esos temas los obviaba del libro de texto y en C.O.U. me jugué el examen final de Historia por no hacer un comentario sobre el “MEIN KAMPF de HITLER”).

La carrera de Magisterio la hice por la especialidad, entonces de Geografía e Historia. Me declaro una enamorada de la Historia, principalmente lo referente a las grandes civilizaciones, una entusiasta admiradora de la arqueología, en todos sus aspectos, me fascina la transición del feudalismo al mercantilismo, el renacimiento es mi época favorita y con respecto a la Edad Contemporánea, soy una ferviente seguidora de los cambios consecuentes de la Revolución Industrial y Revolución Tecnológica.

Así, a pesar de todo, la Historia de mi país y de mi región autónoma, Andalucía, es lectura obligada, tema de conversación frecuente, estudio en ratos libres y reflexión en mi trabajo… y declaro que siempre he excusado los años referidos a la Contienda Civil y postguerra, (de los años 30 pasaba a los Planes del 60, que ya es otra historia).

Repito pues, que estas letras bien podrían haber formado parte de una tarde de primavera, en un patio andaluz, rodeado de macetas con cintas “blanca y verde”, geranios rojos, rosales rosas y blancos, pilistras, un limonero, su pozo…unos arcos delimitando el espacio entre los habitáculos y la galería del patio, en unos buenos sillones de mimbres y con un buen café y dulces caseros.

Y como el ser humano cuenta con la capacidad de imaginar y soñar, pues allá vamos. Nadie puede encadenar nuestra ilusión de hacer posible este encuentro y hoy quiero departir esa conversación.

MARIA JESÚS: He leído su libro, mejor dicho, lo he devorado. En pocos días he estado inmersa en la vida de los años 30 de mi pueblo y he de decirle que me ha impresionado la forma de relatar su infancia, atendiendo a tantísimos detalles. Sabe, creo que a esta labor de investigación que usted ha realizado debemos estarle muy agradecidos todos los loreños y loreñas. Nos ha dado un ejemplo de ciudadanía, nos ha manifestado su vasta cultura, con un lenguaje tan pulcro, sencillo, comprensible, nos ha llevado a compartir sus esperanzas y desvelos porque la verdad salga a la luz y nos ha dejado un legado digno de conservar. Por todo ello, quiero que mis primeras palabras con usted sean de AGRADECIMIENTO. GRACIAS, como loreña por hacerme partícipe con su investigación de una parte de la historia que no viví.

La publicación de este libro tuvo una enorme trascendencia y eco en las familias loreñas, sobre todo en lo concerniente a los años de la guerra civil. Recuerdo que comentándolo con una compañera de trabajo, le dije, - Soy partidaria de pensar que nadie es responsable de las acciones de sus muertos, ni de su familia. Cada uno es responsable de sus propias acciones, palabras y hechos. Pasó y pasó y debemos alegrarnos de no haberlo vivido, aunque, de una forma u otra, en todas las familias el hecho repercutió.

JUAN MANUEL: Este primer volumen no fue ideado inicialmente como una aportación a la reconstrucción de la memoria histórica de la guerra civil. Pero ¿cómo podía olvidar el autor, nacido en 1930, los disparos de fusil, los cañonazos, las imágenes del capitán de la Guardia Civil que se debatía contra las cuerdas que lo maniataban, de los hombres y mujeres cabizbajos que a media mañana llevaban en camión abierto al cementerio, de las lágrimas y el luto de su madre enviudada aquella mañana? (página 9, Nota del autor)

Porque, aunque algunos insistan en distinguir entre muertos y muertos, no existen caídos de uno u otro bando. Porque todos caen del lado de Dios. Más allá de la muerte ya no hay distinciones de clase o de ideología. Todos están arropados por la misericordia de Dios. (página 251)

MARÍA JESÚS: Me ha impactado el sentimiento que deja entrever con relación a la vida infantil de entonces. Los niños y niñas, ajenos en sus fantasías a los acontecimientos provocados por los mayores, no escapan a las consecuencias y usted relata y describe que la mortalidad infantil en estos años es masiva, 101 defunciones en el año 1936, “fruto de la mala alimentación de sus madres y de ellos y de los pobres cuidados médicos que entonces eran posible en la villa, sobre todo a los pobres.”(página 236)

JUAN MANUEL: Si es cierto que de los hombres adultos unos pierden las guerras y otros las ganan, los niños, más aún las mujeres, las pierden siempre. (página 236)

No hay duda de que los que nos hallamos de repente huérfanos, en uno y otro bando, quedamos de alguna manera señalados por la ausencia repentina del padre y la subsiguiente reorganización de las funciones familiares. Recuerdo con qué seriedad mirábamos todos en la escuela a nuestros baberos negros. (página 237)

Del período de la guerra recuerdo…, que mis hermanos, mis primos y yo no paramos hasta que nos vistieron de balillas o pequeños falangistas…Luego cambiamos el gorrillo por la boina roja. Desgraciadamente nos dieron a cada niño un fusil de madera con el que desfilábamos muy seriecitos. Para nosotros todo esto era un juego. (páginas 254-55)

MARÍA JESÚS: Ahora que estamos hablando de la infancia, no conocía la humillación a la maestra Doña Cecilia Blanca. Las casualidades de la vida, yo fui la última promoción de alumnas que Doña Celia, como nosotros la llamábamos, tuvo en el Colegio” San José de Calasanz”, una escuela graduada, como ella decía, contaba ya cerca de los 70 años. Fue mi maestra de segundo de primaria. Mi madre, con motivo de aquellos babis blancos que entonces era el uniforme, entabló una buena amistad con la maestra y pasado el tiempo, toda la familia formábamos parte de su círculo de amistades. Recuerdo tardes de verano, en aquél pequeño patio de su casa, sita en la calle Ramón y Cajal, arropados por la sombra del limonero, tertulias con Ramona Cava, Paquita Díaz… Ella contaba con pena como le arrebataron su Título de Maestra en los años de la Contienda y que iniciada la Democracia seguía intentando recuperar. Puedo decirle que antes de su fallecimiento, pudo recuperar su Título, las antiguas alumnas de todas las edades le preparamos un homenaje y obtuvimos el compromiso del Ayuntamiento de poner su nombre a una calle, que se hizo realidad pos morten. Pero nunca le oímos mencionar el detalle que usted narra. Y mientras lo leía, me vino el recuerdo de esa mujer menuda, de cabellos blancos, con una personalidad arrebatadora y unos principios ideológicos…

JUAN MANUEL: …que humillaran a Doña Cecilia, la maestra, que no había intervenido en ninguna algarada, indica que no solo se castigaban acciones sino también ideas. (página 224)

A algunas mujeres, las llevaban al cuartel de Falange, enfrente del Mercado; les daban aceite de ricino para purgarlas de sus ideas y sentimientos, las pelaban a rape dejándoles sólo un mechón arriba, donde les ataban una cinta con la banderita bicolor que Franco había vuelto a declarar emblema nacional. A algunas las apalearon. Luego las paseaban por medio del pueblo, esperando que el ricino hiciera su efecto. Humillaron así a Doña Cecilia Blanca… (página 223)

MARÍA JESÚS: En mi familia también mi madre hubo de criarse sin la figura paterna. Muchos fueron los años de silencio, no poder decir papá como otras niñas, no tener el afecto, cariño y educación de la pareja, sólo de la figura materna, tanto es así, que mi madre le pidió permiso a su suegro Estanislao Naranjo para poder llamarle papá. Personalmente recuerdo que las veces que mi madre nos hablaba de su padre (de lo que su madre y su hermana mayor le habían contado) siempre acababa diciéndonos que el tiempo cura las heridas y pone a cada uno en su lugar. Efectivamente, la realidad se comenzó a manifestar a partir de la muerte de Franco y hoy, afortunadamente, todos podemos hablar con claridad y sin rencor. En los años que llevamos de democracia, he visitado con mi madre en el cementerio, tanto de Lora como de otros pueblos, el lugar dedicado a la fosa común, actualmente adecentados y recuperados para la memoria de los allí enterrados, para mostrar nuestro respeto. Se ha convertido en una rutina en cada ocasión que vamos al cementerio, pues en realidad mi familia no sabe donde está enterrado mi abuelo, sí donde fue asesinado, dato que tenemos que agradecer a aquellas personas, que con la llegada de la democracia, realizaron una investigación para tal fin. Así que me alegró poder leer el nombre de mi abuelo en su relato, y quiero al igual que Blanca Santos, agradecerle el modo cristiano como en su libro ha dado sepultura a unos y a otros.

JUAN MANUEL: De eso se trata, en primer lugar no pueden pedir silencio y olvido los que no quieren que olvidemos a los suyos. En segundo lugar, de las muertes de estos otros caídos no hay ni actas en el Registro Civil ni listas en Juzgado o Ministerio, como las hay de los de derechas…De ellos no se pudo hablar durante más de cuarenta años. Por eso hay que restablecer la justicia, enterrarlos con honor y consignarlos así a la historia. (página 215)

El 1 de noviembre de 1977, las organizaciones MCA, PTA, PSA, PSOE, agrupadas en lo que se denominó la COPI, decidieron homenajear a las 1014 personas fusiladas en 1936 por su defensa de la República, que fueron enterradas en la fosa común existente en el cementerio (de Lora del Río) según se entra al fondo y a la izquierda… (página 182, parte del texto de pie de foto)

MARIA JESUS: Estamos hablando sobre hechos acaecidos en su infancia y no podemos dejar de lado el tema de “la Vigen”, como decimos aquí. Ese término tan andaluz, que lo mismo se refiere a la imagen como al lugar de ubicación de la ermita. Para Lora hablar de Nuestra Señora de Setefilla son palabras mayores. En el recorrido que hace en su libro por la historia de Lora, “la virgen” viene y va como en sus idas y venidas de la ermita al pueblo y viceversa. Relata la pasión de la misma hasta que fue quemada, el retorno en una imagen nueva, “el milagro”… en fin, que extrayendo de los distintos capítulos podríamos hacer un breve relato histórico junto a una descripción del sentimiento del pueblo con su Virgen. Parte de ello ya lo dejó manifiesto en su libro “Un pueblo andaluz y su virgen”, del cual tengo un ejemplar en casa, regalo de unos compañeros hace ya más de 20 años. Se le nota su vena mariana y no puede obviar su vocación sacerdotal. A usted “la virgen” siempre le acompaña y la siente ¿verdad?

JUAN MANUEL: Mi madre me decía… que yo era niño muy religioso. El martes 1 de marzo de 1931, segunda semana de Cuaresma y vísperas ya de la proclamación de la República, habían traído a la villa la imagen de Setefilla a Lora, aquejada esta vez por la sequía. Imagino que me presentaría mi madre a Ella. En los años siguientes, me contaba luego mi madre, lloraba yo por ir a la Iglesia. (página 41).

El martes 8 de septiembre de 1936 tuvimos la primera fiesta de la Virgen de Setefilla sin su imagen. La celebramos delante del cuadro. (página 265)

El jueves 8 de septiembre de 1938, fiesta de la Natividad… corrimos todos de mañanita hacia la Alameda del Río, el lugar donde en julio de 1936 había sido quemada la imagen de la Virgen de Setefilla. Allí, bajo un cielo luminoso, fue llevada la nueva imagen en sus andas de plata cubiertas y fue presentada ante una gran muchedumbre. Nos llevó mi madre a mis hermanos y a mí.

Recuerdo que, al descorrerse las cortinillas, la gente quedó algo decepcionada. Nos costó algunos años acostumbrarnos al nuevo rostro de la Virgen. La imagen estaría en la parroquia hasta el 5 de abril de 1942… (página 266)

Para nosotros significaba un gozo espiritual profundo la vista de la Imagen venerada en la Iglesia Mayor, todas las tardes, o en procesión por las calles… (página 268). Nos miraba el Niño con su cara agitanada y sus ojillos vivos… Al moverse las andas, sonaba su campanita. Hoy sabemos que nos llamaba a conversión. Mientras estuvo en la villa, comencé a rezar ante ella muchas veces. (página 266)

Poco después a los 10 y 11 años tuve fuertes experiencias religiosas. Me subía yo solito al soberado y allí dedicaba largos ratos a leer los Evangelios. La palabra de Dios me conmovía profundamente y me llenaba de gozo. Eran estas experiencias las que luego en mis estudios de espiritualidad he llamado “gracias pedagógicas”. (Estas) experiencias acabaron de decidir mi futuro; sería cura. (página 270)

Comencé pues mi carrera hacia el sacerdocio un martes y trece de octubre de 1943, Mi vida y servicio como sacerdote estuvo lleno de éxitos. (página 299)

(Soy) hermano de Setefilla desde niño, predicador de dos de sus novenas y devotísimo de Ella. (página 267)

MARÍA JESÚS: Y ya para finalizar estas letras, Juan Manuel me gustaría que nos dejara un buen sabor de boca con los mejores recuerdos de su infancia. En el recorrido que hace por ella me llamó la atención el especial interés que pone en reflejar y plasmar los olores y sonidos de nuestra villa, la naturaleza viva floral y animal y sobre todo el encanto que suponía el vivir en contacto directo con ella. Denota en usted ese amor a la espiritualidad obra de Dios. Gracias a sus descripciones tan miniaturistas podemos pincelar el cuadro y envolvernos en aquel ambiente natural que hoy, desgraciadamente no tenemos y que buscamos en lugares cercanos, en las primeras estribaciones de Sierra Morena, allá por Constantina, San Nicolás, Cazalla… y cómo no, en nuestra ermita de Setefilla, en “la Vigen”

JUAN MANUEL: El aire de Lora, gracias al agua abundante, el fresco del río y a la fertilidad de los campos estaba tan poblado como el suelo…poblado por dos tipos de aves, las que corresponden al monte y las que son propias de la campiña. (página 54)

En los altos de las casas grandes anidaban decenas y decenas de palomas… golondrinas numerosas… hacían sus nidos bajo los aleros… A rayar la primavera se oía el silbido de algún mirlo en el corral… allá arriba, en la espesura del arroyo del Santero, al pie de la ermita, me quedaba en silencio escuchando al ruiseñor… su canto melodioso y variado lo recordé a menudo por esos mundos… mi atención la atraería cada verano un animalito, no nativo de Lora, el camaleón, que mis hermanos traían del campamento veraniego… del Puerto de Santa maría. (páginas 55, 56, 57)

En mi niñez el silencio y el verde de las huertas y los olivares se veían interrumpidos por uno de aquellos trenes jadeantes que arrastraban detrás de sí un penacho de humo… El silbido de la locomotora se oía desde lejos. (página 59)

… mi amor a los olores de la primavera andaluza (originarios de la casa en Rafael de Flores). El jazmín de la escalera del patio florecía la mayor parte del año. Al atardecer ayudábamos los niños a mi madre o a mi tia Fillita a recoger los jazmines… que luego… distribuían por las mesillas de noche o las almohadas para confundir a los mosquitos… El azahar del naranjo del centro quedaba siempre en el árbol y desde allí perfumaba todas las habitaciones… (páginas 113 y 114)

Y… entre los mejores recuerdos de mi niñez están los de mis escuelas. Mi primera instrucción la obtuve en las Escuelas del Ave María… Me llevó mi madre. Yo recuerdo… a la maestra Doña Luz encargada de los más pequeños, mi clase… Y es que el Ave María era un modo nuevo de escuela, muy andaluz… Si hacía buen tiempo,… teníamos las clases en el jardín sentados en el suelo alrededor de un banco. La voz de la maestra se mezclaba con el canto de los pájaros… Hacía el centro del jardín había un gran mapa de España que tenía los límites de las provincias señalados con ladrillos. La maestra nos pedía que saltáramos hasta colocarnos en tal o cual provincia… Cuando hacía frio o llovía nos reuníamos en diferentes puntos de una gran nave…Aquí aprendí a leer y a escribir… en mayo de 1936 ya leía el periódico de corrida… El salón de actos se convertía en el periodo estivo en cine abierto al público... en el Ave María la enseñanza era gratuita. (páginas 124, 125, 126, 127)

MARÍA JESÚS: Muchas gracias por esta tarde que recordaré siempre. La historia debemos conocerla en su totalidad, evidenciando tanto los acontecimientos más triviales como los más influyentes. Le reitero las gracias y espero que su investigación dé frutos en las generaciones futuras.

JUAN MANUEL: (Gracias a ti por acercarme a mi hogar una vez más.) Lora en mi infancia era un pueblo tranquilo. (página 76) La abuela era nuestra televisión en tiempos en que esta aún no había sido inventada. (página 260) La Lora en que yo crecí era también un conjunto de historias que pasaban de boca en boca. Las había de todo tipo y sobre gente de todas clases. (página 77)

(Las palabras de Juan Manuel están escogidas de párrafos del libro “A sangre y fuego”, Juan Manuel Lozano Nieto. Editorial Almuzara, 2006)

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